Muchas veces
esperamos cosas de los demás.
Creemos que todo aquello que ansiamos debe de
otorgársenos, debemos ser poseedores de aquello que deseamos, dueños del
sentimiento y tiempo de los demás.
Durante
mucho tiempo, esclava de los años adolescentes y de los fantasmas de la inseguridad, me sentí con derecho de
robar tiempo y cariño a los demás. Me sentaba entusiasmada a esperar aquello
que viniera a sacarme de la rutina. Imaginaba que todos mis objetivos y sueños
podrían realizarse yendo de la mano de
los demás.
Con el paso
de los años y la madurez he aprendido que todos y cada uno tenemos miles de
historias en nuestras vidas que nos impiden regalar tiempo a aquellos a los que
queremos.
He entendido
que cada uno tiene su propia realidad y meta, y debe saber vivirla como tal. Solo,
como el niño que temeroso da sus primeros pasos sabiendo que los demás lo
siguen de cerca.
Y aunque a
veces no todo es como queremos, debemos aceptar los
retos propuestos, tratar de
adaptar nuestro día a día a ellos y
superarlos.
Albert
Einstein dijo una vez:
“Si quieres vivir
una vida feliz átala a una meta, no a una persona u objeto”